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M en vaig a escampar la boira

Algunas cavilaciones

Pagos chicos

En algunos aspectos, vivir en Jersey es como vivir en Ramos. Muchos parientes viven cerca, mucha gente se conoce entre sí, te cruzás con la misma gente en lugares distintos, si vas a comprar algo, ropa por ejemplo, tenés que comprarlo apenas lo ves, si no, se acaba (ya me pasó) y tienen que mandar a traerlo desde Inglaterra (o la casa central o depósito, la idea es esa), se ven muchas mujeres vestidas con la misma ropa porque hay pocos negocios (me pasó varias veces que vi un sweater o vestido que me gustaba en la vidriera y después lo vi tantas veces en la calle que dejó de gustarme). Hay dos supermercados grandes y muchos autoservicios (pero ninguno chino). Igual que en Ramos, hay un centro comercial (no un edificio sino una peatonal y negocios en las calles aledañas) y financiero (bueno che, ¡en Ramos hay bancos sobre Av. de Mayo!) adonde la gente va a hacer compras, mirar vidrieras y dar la vuelta al perro. Si estás un tiempo acá, empezás a ver caras conocidas por todos lados y muchos rasgos faciales repetidos (eso de vivir en una isla no es bueno para la genética… ¡hay cada caripela!). Otro ejemplo de “pueblo chico…”: en cualquier vuelo de los sábados a la mañana a Londres, los pasajeros se van saludando a medida que van abordando el avión y muchos hacen planes para verse en el vuelo de vuelta el domingo a la nochecita. Me da la sensación de que hay que hacer buena letra todo el tiempo porque todo el mundo se entera de todo enseguida.

 

Tribulaciones olfativas

Casi todos los días, cuando abro las ventanas a la mañana para ventilar un  poco, entran distintos olores. Uno es el olor a algas pudriéndose al sol, especialmente en verano. Otro es un olor inmundo a cloaca. Es un olor espeso y penetrante, que se pega en la garganta. Probé usar Glade pero es peor. Al principio pensé que era una epidemia nacional de disentería, pero no en el Primer Mundo... Hoy quedó develado el misterio: en la BBC (edición Channel Islands) hay una nota sobre una planta productora de abono orgánico y de las quejas constantes de los vecinos  por la pestilencia. Dicen que van a probar un spray nuevo para neutralizar el olor porque los que usaron hasta ahora no dieron resultado. No me hacía falta leerlo en el diario, me di cuenta sola.  

 

Tu parli italiano?

Sean y yo decidimos tomar clases de italiano, los miércoles de 6 a 8. Al principio, era un poco raro ser compañera de clase de mi marido, pero divertido. Sobre todo cuando se porta como un chico de 6 años: me saca las hojas, me raya la mano con birome, hace chistes, se burla de los demás (sin que lo vean). Nunca lleva cuaderno. Y cuando le ofrezco una hoja del mío, dice “toma nota que yo después lo leo”. Algo que jamás sucede. Su seudónimo es Giovanni. A veces tira palabras en español y tiene la suerte de que suenan como la palabra italiana que preguntó la professoressa. Por ejemplo, ayer estábamos hablando de tipos de lugares para comer y Giovanni dijo “kiosco” y Sofía (la profe) dijo “si, bene” y lo escribió en el pizarrón: chiosco (es como un puestito). ¡Puso una cara de canchero superado insoportable!

 

The Hungry Man

El domingo hicimos una de nuestras excursiones semanales. El trayecto era, por supuesto, a lo largo de acantilados. Más que a lo largo, arriba y abajo, había muchas subidas y sus respectivas bajadas, algunas bastante empinadas pero relativamente fáciles de sortear porque hay escaloncitos de madera.  Aunque deje varios alveolos en cada escalera. Me causa gracia el contraste que hacemos con otras personas (¿será que ellos son los normales?): nos equipamos con botas de trekking y mochilas, mapas, menos brújula, de todo y a veces nos hemos cruzado con gente que hacia el mismo camino ¡en jeans y ojotas!

El trayecto terminaba en una bahía chiquita. Yo estaba famélica, tenía la glucosa bajo tierra (eso siempre me pareció la excusa perfecta para comer torta) y necesitaba comer si o si porque habían pasado varias horas desde el desayuno. No sería la competencia de Iron Man pero para mí fue suficiente ejercicio. En vez de ir al restaurant fuimos a un kiosco llamado The Hungry Man, ubicado al principio del muelle. Estaba lleno de gente comiendo al solcito y el aroma a comida era irresistible. Fuimos casi levitando hacia la Tierra Prometida. La comida llegó cuando yo estaba desparramada sobre la mesa, medio desmayada. Había pedido una hamburguesa con panceta, queso, cebolla y hongos saltados y huevo frito. Una oda al colesterol, pero ¡¡que rico!! Apenas hinqué el diente, ¡la yema del huevo me explotó en la cara y el pelo! Me limpie como pude en el baño pero me quedo olor a huevo en el pelo. Un asquete.  Pero advierto que NO me quitó el apetito: más que comer, inhalé la hamburguesa.

Teníamos que volver al punto de partida a buscar el auto. El detalle es que en otoño e invierno, los colectivos no funcionan los domingos, así que tuvimos que patear. Probamos volver por la ruta, que fue una buena idea porque el declive es mucho más suave y constante. Pero, siendo una excursión O’Reilly, Giovanni propuso tomar un atajo que, según sus cálculos, nos dejaba en el lugar exacto adonde queríamos ir. Sus cálculos nos dejaron exactamente en cualquier lado, en medio de un bosquecito. Huelga decir que tuvimos que desandar lo andado, volver al inicio del atajo y pedirle indicaciones a una señora que estaba paseando su perro, que por supuesto conocía bien el camino y llegamos sanos y salvos.



Aca hay un link a las fotos que tengo en facebook para aquellos no estan en FB: http://www.facebook.com/album.php?aid=56929&l=9f466&id=681011077

2 comentarios

Yo -

A mi se me ocurrio tomar clases de italiano para tener algo que hacer y Sean se engancho. No parendimos mucho porque era un cursito corto y basico pero la pasamos bien. Me gustaria seguir estudiando porque me gusta el idioma y parte de mis raices tambien. Ademas, me encantaria recorrer Italia, especialmente hacer un tour gastronomico!!!

romina -

y por qué estan (o estaban) aprendiendo italiano?